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¿Te puedo llamar?, la pregunta más osada del siglo XXI

  • elisalieber4
  • 4 jul
  • 3 Min. de lectura
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10:00 – “¿Te puedo llamar?”

13:00 – “Perdón, tuve una mañana de locos. ¿Todavía necesitás hablar?”

13:05 – “Sí, son cinco minutos nomás.”

18:00 – “Uy, se me pasó el día y ni me di cuenta. ¿Podés mañana entre las 14:00 y las 14:15?”


¿Quién sos, el presidente de Estados Unidos? ¿Un consultorio odontológico? ¿Tengo que pagar algún timbre profesional para avanzar con el trámite? ¿Se tienen que alinear los astros para hablar contigo?


Llamar por teléfono sin avisar se volvió un deporte social extremo. Y no me refiero a hablar con centennials (misión absolutamente imposible): también nos pasa a quienes crecimos girando la ruedita del teléfono y cortando el tubo de golpe. 


Para las nostálgicas, el fin de las llamadas es otra prueba de que la espontaneidad está en vías de extinción. Para otras, es simplemente sentido común y respeto por el tiempo ajeno en épocas de agendas en modo Tetris. Para mí, llamar sin avisar, es una emboscada emocional. 


¿A quién se le ocurre hablar cuando existe WhatsApp? Antes tenía un mensaje en mi perfil que decía: “Prefiero textos, que audios” (muy diplomática). No daba para poner: si me llamás, te mando al clearing. 


Por si a alguien le quedan dudas, les dejo vías de contacto, ordenadas según mi tolerancia:


  1. Texto. Corto, claro, con punteo de temas si es posible (pensá y ordenate antes de escribirme, haceme la vida más fácil).

  2. Audio. De menos de un minuto, con buena modulación, para escuchar en x1.5. De más de un minuto, va en x2 (evaluar si es relevante. Y sumo: me desesperan los “mmm”, “ehhh”, “me perdí” en mi oído).

  3. Llamada. Si realmente necesitás hablar por teléfono, ya sabés, pedí turno con mi secretaria imaginaria. 


Pero, ojo, no es que me haga la linda. Llamar sin cita previa, se convirtió en sinónimo de tragedia.


Pánico nivel 1: número de la escuela.

— Hola, soy la adscripta (segundos que parecen horas). A tu hijo le duele la cabeza.

Respiro, tomo aire. Primero decime: “no pasó nada”... y después podés continuar.


Pánico nivel 2: número de algún familiar.

— ¿Está todo bien?, ¿pasó algo grave?

¿Cómo se le ocurre a mi papá llamarme a cualquier hora como si viviéramos en 1998?


Pánico nivel 3: número desconocido.

— Hola, tu seguridad está en peligro. 

Bueno, gracias. Al menos un bot se preocupa por mí.


¿Desde cuándo el sonido del teléfono me irrita? ¿Por qué nunca tengo tiempo para atender una llamada? ¿En qué momento me volví una mujer cronometrada? Vivo tan acelerada que hasta una charla con alguien que quiero es un lujo. Me acostumbré a agendar los vínculos. Conversar con alguien tiene cada vez más reglas: horario, duración, velocidad de reproducción. Y así estoy, así estamos: relegando los momentos de cariño. Por decisión propia. No por culpa de la Inteligencia Artificial.


Don't panic, hijos adolescentes, tengo claro que las formas de comunicarse cambiaron y, en cierto modo, mejoraron. Pero a veces me dan ganas de que suene el teléfono e ir como loca a su encuentro (las veteranas pueden terminar la canción). Que me llame alguien que me importa. Que me sorprendan con una noticia. Conversar sin frases sueltas que llegan a destiempo, sin interferencias digitales. Charlar de corrido, no por cumplido, sino por deseo. Porque todavía hay cosas que surgen hablando.


Un día de estos me voy a rebelar en serio. Voy a hacer algo salvaje como marcar tu número sin pedirte permiso. Y del otro lado, ojalá me atiendas. Y así interrumpir ese loop infinito de “ok”, “jajaja”, “después te cuento”. No te voy a llamar por algo urgente. Te voy a llamar porque sí. Porque te extraño. Porque tú voz puede ser una señal, un mimo o una carcajada. Porque quiero que me escuches masticar, mientras me contás cómo fue tu día. 


PD. Advertencia: llamar con moderación para no romper el encanto. 



 
 
 

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