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“Corro, luego existo”

  • elisalieber4
  • 14 sept
  • 3 Min. de lectura
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En la facultad, un profesor nos tiró una de esas frases que funcionan como disparo de largada: "Gabriel García Márquez escribió su primer libro a los 17 años". A esa edad, lo único que yo había terminado era un curso de dactilografía en academias Pitman (lo que hoy sería una capacitación en Duolingo). Me había comido los mocos hasta ese momento. El mensaje era claro: si quería llegar a ser alguien, tenía que empezar mi carrera. En sus marcas, listas, ¡ya!


Pausa dramática. Hablemos, aunque sea por unos segundos, del uso de la palabra “carrera” para describir nuestra vida laboral. Para eso, voy a citar a Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso; sirve para caminar”. ¿Era necesario citar a mi gurú de la adolescencia? No. Pero aplica. Porque en este modelo de vida, corremos y corremos, y la meta siempre se corre un poco más. Como si estuviéramos en musculosa, con un número en el pecho, transpirando, compitiendo para ganar.


¿Y ya sabemos lo que implica “ganar”, no? Pasarle por arriba a las demás. Para seguir en modo nostálgico, voy a recordar a otra profesora de facultad que nos decía que para ser buenas periodistas, lo fundamental era tener una agenda telefónica más gorda que la del resto. Sí, una agenda de papel, de esas de la era A.C. (Antes del Celular), con índice alfabético y teléfonos fijos escritos con birome. Los contactos eran tu secreto de estado. Compartirlos era como regalar la fórmula de la Coca-Cola.


Correr y correr, dejando a otras atrás. A los 18 años ya tenías que empezar a trabajar como pasante; a los 25 no podías rechazar ni un trabajo porque todo suma experiencia y el tren no pasa dos veces; a los 30 tenías que haber tenido una experiencia en el exterior. Y a los 35 años tenías que tener un sueldo en dólares. Todo con una sonrisa (y una úlcera en el estómago), mientras hacías malabares para criar a tus hijos con alimentos saludables (esto va para otra columna).


Productividad. Competencia. Sacrificio. Había que cumplir con los deliverables (entregas que debiste terminar ayer), alineados a los targets (objetivos imposibles), antes del deadline (línea de muerte, sí, tal como lo leyeron). Como premio, recibías un feedback enriquecedor: una crítica del estilo “puedes y debes rendir más”. Y, luego, empezar a correr otra vez para no perder el puesto.


Llegando a los 50 (aunque con la iluminación correcta doy 43), decidí bajarme antes de llegar a la meta. No frené por decisión mística: frené porque me estaba ahogando. Según el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, vivimos en una sociedad de rendimiento. Una que te empuja a estar siempre “haciendo algo”, a producir, mostrar resultados, rendir, rendir, rendir… lo que genera ansiedad y agotamiento crónico con nombre cool: burnout. Tenía todas las neuronas quemadas.


Si alguna vez sintieron lo mismo que yo, tal vez valga la pena hacerse estas preguntas: ¿hacia dónde corremos?, ¿con quiénes? y, sobre todo, ¿para qué corremos? Saquen papel y birome (o abran las notas del celular) que acá van mis conclusiones: 


  • Primero: lo más valioso no es llegar antes, sino ser buena compañera en la pista. 

  • Segundo: acumular por miedo a perder oportunidades no tiene sentido. Hay muchas formas de reinventarse en la vida laboral. 

  • Y tercero: no todo tiene que girar alrededor del trabajo. Hay otras cosas que nos definen (leer excelente columna anterior, que concatena elegantemente con ésta).


Nos criaron bajo el evangelio del sacrificio: todo cuesta y solo se valida con sudor y culpa. No se trata de romantizar la quietud, pero nadie te avisa que también se puede caminar, dudar, cambiar de ruta. Corremos porque la vida es finita y hay que exprimirla a velocidad máxima. Esa pedagogía es, en el fondo, una estafa piramidal emocional: te venden la exigencia como virtud, y vos se la revendés al de al lado. Por suerte, las nuevas generaciones ya no compran tan fácil. Se priorizan, cuestionan, dicen que no. Bien por ellas. Eso sí: que no se hagan las vivas, que tienen que trabajar para pagarme la jubilación.


A esta altura de mi vida no me interesa ganar la carrera. Prefiero llegar entera, con aire en los pulmones, y si es posible, con un trago en la mano y una baguette de salame bajo el brazo. García Márquez escribió a los 17. Yo recién empecé a compartir lo que escribo ahora y creo que -si realmente me esfuerzo- aún estoy a tiempo de ganar el Nobel.

 
 
 

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